Hoy hace 30 años de la elección del Papa Juan Pablo II.
Aquel Papa tan joven y atlético fue con los años un Papa viejecito, encorvado y lento, pero su espíritu continuó milagrosamente joven y atlético hasta el último momento.
En los veintiséis años de su pontificado, ¡oró tanto, trabajó tanto, se mostró tanto; con generosidad proverbial! ¡Nos bendijo tanto (hasta su último día)! ¡Deseó tanto que lo entendiéramos! ¡Nos habló tanto!
Para una tan maravillosa siembra parecería aún escasa la cosecha. Pero lo cierto es que todavía no la hemos recogido toda. No hemos llegado a captar lo trascendente que es su legado.
Quizás como un anticipo de la gran cosecha que llegará, el día de su muerte, miles y miles de personas, millones, llegaron a Roma de todo el mundo para despedirlo.
Hace treinta años, tomó el nombre de su predecesor, Juan Pablo I, quien a su vez había homenajeado a los dos Papas anteriores, directamente relacionados con el Concilio Vaticano II: Juan XXIII, que lo convocó y lo abrió, y Pablo VI, quien lo clausuró y lo puso en marcha.
De modo que su nombre evoca la renovación conciliar, que él impulsó con seguridad en el rumbo, firmemente enraizado en la Iglesia, atento a la Palabra de Dios.
Esta triple fidelidad al Concilio, a la tradición de la Iglesia y a la Palabra de Dios, resulta de su esencial fidelidad a Jesucristo, a quien reconoció claramente como la piedra angular, único cimiento para reconstruir efectivamente las ruinas de aquel mundo que vio caerse literalmente en su juventud, como lo ha contado en diversas oportunidades. En la homilía que dirigió a los jóvenes de Belo Horizonte (Brasil) en 1980, que se puede leer acá, se refirió a esta experiencia de manera entrañable.
Su valentía para poner a Jesucristo como cimiento en todo, ha abierto horizontes inexplorados, por los que nos toca avanzar. La colaboración de judíos y protestantes en la lectura continuada de la Biblia, resaltando la raíz judía de la misma, en las maratónicas jornadas de este mes en Roma, es un ejemplo de los avances que la singular presencia de Juan Pablo II ha hecho posible.
Como Elías en el Carmelo, pero en el Siglo XX, el Papa Juan Pablo II conjuró todas las amenazas de quienes más o menos inocentemente se alejaron de las enseñanzas de la Iglesia, de la Palabra de Dios, y en definitiva de Jesucristo. Creyéndose a su favor, desconocían de un modo u otro el "mero cristianismo", por decirlo con frase de C.S. Lewis, anglicano genial.
Juan Pablo II nos provee una verdadera revolución, de la que estamos disfrutando y seguiremos, con la ayuda de Dios, viendo mayores y mayores beneficios.
¡Arriba los corazones!
"Sed tengo", "Sitio" en latín, es una de las siete palabra de Jesús en
¡Arriba los corazones! es una frase de aliento que nos remite al "Elevemos el corazón" de
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