Al final de la película "La vida de los otros", que se desarrolla en el Berlín oriental de la época comunista, uno de los protagonistas publica la novela "Sonata para un hombre bueno". Este título me suena como un eco de Ana Frank, cuando culmina en su diario un largo razonamiento sobre la maldad que estaban soportando, asegurando que cree en lo bueno del hombre: "Ich glaube an das Gute im Menschen".
En el contexto de Ana, tan consciente de la maldad, lo bueno del hombre no es una bondad innata, rousseauniana, sino algo tan cercano al cristianismo, de raíz hebrea, que personalmente cuando evoco esta frase, que me resulta especialmente querida, se me figura en estos términos: "Yo creo en la capacidad de los hombres, en la mía propia por tanto, para comunicarnos con Dios", o aún más específica y sencillamente "Yo creo en Cristo".
"Lo bueno del hombre" es "la capacidad de Dios", que explica el Catecismo de la Iglesia de 1992.
¿Y cómo se asocia esto con la música?
Esta película, ganadora este año (2007) del Oscar a la mejor película extranjera, señala un vínculo. El escritor protagonista comenta una frase, que adjudica a Lenin, en cuanto decía evitaba escuchar la sonata Appasionata de Beethoven, porque pensaba que nadie que la tocara o la escuchara completa podría hacer el mal. Es tan profunda la bondad que hace brotar, pensaba, que lo inhabilitaría para la Revolución. En cambio el autor, que en ese momento estaba bajo sospecha, piensa igual, pero lejos de evitar ese efecto, toca al piano la "Sonata para un hombre bueno" (compuesta por Gabriel Yared expresamente para esta escena), que le envió un amigo disidente -el compositor en la trama-, poco antes de quitarse la vida, cuando se entera de su muerte por un llamado telefónico. En un clima de recogimiento ante esta situación, provocada por la prepotencia, la música y las palabras evocan el ámbito de la libertad en lo más íntimo: la posibilidad de elevarse por encima de las circunstancias como el gran signo de la libertad. Así encuentra el espía, que en secreto asiste a esta escena, su propia verdad, y la capacidad de actuar libremente. Y en este personaje, para él anónimo pero a quien sabe que le debe la vida, se inspirará el escritor para su novela.
La música es en definitiva un signo de la esperanza en el fondo del corazón, que nos hace patente las armonías de lo creado, y en definitiva señala una vocación, de la que somos inconscientemente conscientes. Nuestros corazones saben cantar.
De eso se trata la "revelación", de Cristo, de la Iglesia. Que nos hablan. Y nosotros respondemos, personalmente, aunque no seamos cristianos.
En el libro-reportaje de Peter Seewald al entonces Cardenal Joseph Ratzinger, que lleva el título de "Dios y el mundo", y se subtitula "Creer y vivir en nuestra época", el periodista le pregunta al Cardenal si él habla con Dios, a lo cual nuestro Papa actual responde: "No sólo yo. También usted habla con Dios." Es que todos los hombres hablamos con Dios...
El buen uso de la libertad por parte del hombre tiene que ver con ese poder de comunicación del hombre con Dios. Cada vez es más fácil comprender esta realidad teológica, que la Iglesia señala tan claramente hoy en día. Diría que todavía no es un hecho reconocido en general, y debemos creer que cuando llegue a serlo mucha gente se hará capaz de heroicidades como la narrada en la película, y más aún, en la medida en que se hará conscientemente uno con el autor de la bondad.
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