Isaías 25: 6 - 10 | |
6 | Hará Yahveh Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados; |
7 | consumirá en este monte el velo que cubre a todos los pueblos y la cobertura que cubre a todos los gentes; |
8 | consumirá a la Muerte definitivamente. Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra, porque Yahveh ha hablado. |
9 | Se dirá aquel día: «Ahí tenéis a nuestro Dios: esperamos que nos salve; éste es Yahveh en quien esperábamos; nos regocijamos y nos alegramos por su salvación.» |
10 | Porque la mano de Yahveh reposará en este monte, Moab será aplastado en su sitio como se aplasta la paja en el muladar. |
Esta es la lectura del Antiguo Testamento de la Misa de hoy.
Dice cosas extraordinarias: que "en este monte", Dios va a quitar el velo que cubre a las naciones, que enjugará las lágrimas de cada hombre y asimismo dará lucimiento a su pueblo, todo a través de un gran banquete, de alimentos seleccionados.
Recuerdo que este pasaje de Isaías era uno de los preferidos de Julio Barreiro, profesor de Historia en mi curso de secretariado, en los años '61 y '62. Era protestante, alumno de Karl Barth, como otros de los notables profesores de aquel curso, los Pastores Mortimer Arias y Emilio Castro. El Prof. Barreiro le daba mucha importancia a la Revelación, a la raíz judía del Cristianismo y a su valor integrador.
En cuanto a este texto, al que recurría a menudo, a veces comentaba, un poco como pensando para sí mismo, no como tema de debate, que para que Dios pudiera encaminar a todas las gentes al "Valle de Josafat", según la profecía de Joel, sólo era necesario que todos pudiéramos ver lo mismo en el mismo instante, y que gracias a la televisión y a otros adelantos técnicos que se oteaban en el horizonte, parecía que se avecinaba el momento...
Parecía suponer que algún día, más o menos pronto, Dios mismo develaría todos los enigmas, y daría razón de todos los sufrimientos, a través de un conocimiento refinado de la verdad, que surgiría de una íntima y comunicativa claridad.
Me gustaba mucho este enfoque de las cosas de Dios y de la religión, y a los tres años de aquellas clases me había hecho católica, porque aquel proclamarse "la única verdadera" de la Iglesia Católica, que anteriormente no había comprendido, y me alejaba, de pronto lo comprendí en su verdad. Vi claramente que sólo la Iglesia Católica puede ofrecernos el gran banquete. Justamente por la capacidad de discernimiento (integrador) que el Magisterio le otorga, identificándose con la Revelación desde la raíz, que testifica la voluntad de comunicación de Dios con los hombres.
En ese mismo momento, que coincidía con la clausura del Concilio Vaticano II, las comunidades católicas entraron en una especie de tembladeral, en el que se removían muchas cosas accesorias, pero también se llegaron a vivir verdaderas crisis de identidad, que afectaban la conciencia de ser depositarios de la verdad, es decir fieles custodios de la Palabra de Dios y de su desarrollo, en el marco de la Revelación.
Providencialmente, al año siguiente conocí al Opus Dei, a través de un club de jovencitas, aunque mi grupo de amigas no lo éramos tanto, y allí sentí que tocaba el cielo con las manos. O sea, que tenía el anhelado Magisterio al alcance de la mano.
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