18. CRISTO REY
Homilía pronunciada por Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer,
Homilía pronunciada por Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer,
el 22-XI-1970, fiesta de Cristo Rey.
(Forma parte del Libro “Es Cristo que pasa”, al que pertenece la numeración de los párrafos - 178 a 186)
178.
Termina el año litúrgico, y en el Santo Sacrificio del Altar renovamos al Padre el ofrecimiento de la Víctima, Cristo, Rey de santidad y de gracia, rey de justicia, de amor y de paz, como leeremos dentro de poco en el Prefacio . Todos percibís en vuestras almas una alegría inmensa, al considerar la santa Humanidad de Nuestro Señor: un Rey con corazón de carne, como el nuestro; que es autor del universo y de cada una de las criaturas, y que no se impone dominando: mendiga un poco de amor, mostrándonos, en silencio, sus manos llagadas.
(Forma parte del Libro “Es Cristo que pasa”, al que pertenece la numeración de los párrafos - 178 a 186)
178.
Termina el año litúrgico, y en el Santo Sacrificio del Altar renovamos al Padre el ofrecimiento de la Víctima, Cristo, Rey de santidad y de gracia, rey de justicia, de amor y de paz, como leeremos dentro de poco en el Prefacio . Todos percibís en vuestras almas una alegría inmensa, al considerar la santa Humanidad de Nuestro Señor: un Rey con corazón de carne, como el nuestro; que es autor del universo y de cada una de las criaturas, y que no se impone dominando: mendiga un poco de amor, mostrándonos, en silencio, sus manos llagadas.
¿Por qué,
entonces, tantos lo ignoran? ¿Por qué se oye aún esa protesta cruel: nolumus
hunc regnare super nos , no queremos que éste reine sobre nosotros? En la
tierra hay millones de hombres que se encaran así con Jesucristo o, mejor
dicho, con la sombra de Jesucristo, porque a Cristo no lo conocen, ni han visto
la belleza de su rostro, ni saben la maravilla de su doctrina.
Ante ese triste espectáculo, me siento inclinado a desagraviar al Señor. Al escuchar ese clamor que no cesa y que, más que de voces, está hecho de obras poco nobles, experimento la necesidad de gritar alto: oportet illum regnare! , conviene que El reine.
Ante ese triste espectáculo, me siento inclinado a desagraviar al Señor. Al escuchar ese clamor que no cesa y que, más que de voces, está hecho de obras poco nobles, experimento la necesidad de gritar alto: oportet illum regnare! , conviene que El reine.
Oposición a
Cristo
Muchos no
soportan que Cristo reine; se oponen a El de mil formas: en los diseños
generales del mundo y de la convivencia humana; en las costumbres, en la
ciencia, en el arte. ¡Hasta en la misma vida de la Iglesia! Yo no hablo -escribe
S. Agustín- de los malvados que blasfeman de Cristo. Son raros, en efecto, los
que lo blasfeman con la lengua, pero son muchos los que lo blasfeman con la
propia conducta .
A algunos les
molesta incluso la expresión Cristo Rey: por una superficial cuestión de
palabras, como si el reinado de Cristo pudiese confundirse con fórmulas
políticas; o porque, la confesión de la realeza del Señor, les llevaría a
admitir una ley. Y no toleran la ley, ni siquiera la del precepto entrañable de
la caridad, porque no desean acercarse al amor de Dios: ambicionan sólo servir
al propio egoísmo.
El Señor me ha
empujado a repetir, desde hace mucho tiempo, un grito callado: serviam!,
serviré. Que El nos aumente esos afanes de entrega, de fidelidad a su divina
llamada -con naturalidad, sin aparato, sin ruido-, en medio de de la calle.
Démosle gracias desde el fondo del corazón. Dirijámosle una oración de
súbditos, ¡de hijos!, y la lengua y el paladar se nos llenarán de leche y de
miel, nos sabrá a panal tratar del Reino de Dios, que es un Reino de libertad,
de la libertad que El nos ganó .
179.
Cristo, Señor del mundo
Cristo, Señor del mundo
Quisiera que
considerásemos cómo ese Cristo, que -Niño amable- vimos nacer en Belén, es el
Señor del mundo: pues por El fueron creados todos los seres en los cielos y en
la tierra; El ha reconciliado con el Padre todas las cosas, restableciendo la
paz entre el cielo y la tierra, por medio de la sangre que derramó en la cruz .
Hoy Cristo reina, a la diestra del Padre: declaran aquellos dos ángeles de
blancas vestiduras, a los discípulos que estaban atónitos contemplando las
nubes, después de la Ascensión del Señor: varones de Galilea ¿por qué estáis
ahí mirando al cielo? Este Jesús, que separándose de vosotros ha subido al
cielo, vendrá de la misma manera que le acabáis de ver subir .
Por El reinan los
reyes , con la diferencia de que los reyes, las autoridades humanas, pasan; y
el reino de Cristo permanecerá por toda la eternidad , su reino es un reino
eterno y su dominación perdura de generación en generación .
El reino de
Cristo no es un modo de decir, ni una imagen retórica. Cristo vive, también
como hombre, con aquel mismo cuerpo que asumió en la Encarnación, que resucitó
después de la Cruz y subsiste glorificado en la Persona del Verbo juntamente
con su alma humana, Cristo, Dios y Hombre verdadero, vive y reina y es el Señor
del mundo. Sólo por El se mantiene en vida todo lo que vive.
¿Por qué,
entonces, no se aparece ahora en toda su gloria? Porque su reino no es de este
mundo , aunque está en el mundo. Había replicado Jesús a Pilatos: Yo soy rey.
Yo para esto nací: para dar testimonios de la verdad; todo aquel que pertenece
a la verdad, escucha mi voz . Los que esperaban del Mesías un poderío temporal
visible, se equivocaban: que no consiste el reino de Dios en el comer ni en el
beber, sino en la justicia, en la paz y en el gozo del Espíritu Santo .
Verdad y
justicia; paz y gozo en el Espíritu Santo. Ese es el reino de Cristo: la acción
divina que salva a los hombres y que culminará cuando la historia acabe, y el Señor,
que se sienta en lo más alto del paraíso, venga a juzgar definitivamente a los
hombres.
Cuando Cristo
inicia su predicación en la tierra, no ofrece un programa político, sino que
dice: haced penitencia, porque está cerca el reino de los cielos ; encarga a
sus discípulos que anuncien esa buena nueva , y enseña que se pida en la
oración el advenimiento del reino . Esto es el reino de Dios y su justicia, una
vida santa: lo que hemos de buscar primero , lo único verdaderamente necesario
.
La salvación, que
predica Nuestro Señor Jesucristo, es una invitación dirigida a todos; acontece
lo que a cierto rey, que celebró las bodas de su hijo y envió a los criados a
llamar a los convidados a las bodas . Por eso, el Señor revela que el reino de
los cielos está en medio de vosotros .
Nadie se
encuentra excluido de la salvación, si se allana libremente a las exigencias
amorosas de Cristo: nacer de nuevo , hacerse como niños, en la sencillez de
espíritu ; alejar el corazón de todo lo que aparte de Dios . Jesús quiere
hechos, no sólo palabras . Y esfuerzo denodado, porque sólo los que luchan
serán merecedores de la herencia eterna .
La perfección del
reino -el juicio definitivo de salvación o de condenación- no se dará en la
tierra. Ahora el reino es como una siembra , como el crecimiento del grano de
mostaza ; su fin será como la pesca con la red barredera, de la que traída a la
arena-serán extraídos, para suertes distintas, los que obraron la justicia y
los que ejecutaron la iniquidad . Pero, mientras vivimos aquí, el reino se
asemeja a la levadura que cogió una mujer y la mezcló con tres celemines de
harina, hasta que toda la masa quedó fermentada .
Quien entiende el
reino que Cristo propone, advierte que vale la pena jugarse todo por
conseguirlo: es la perla que el mercader adquiere a costa de vender lo que
posee, es el tesoro hallado en el campo . El reino de los cielos es una
conquista difícil: nadie está seguro de alcanzarlo , pero el clamor humilde del
hombre arrepentido logra que se abran sus puertas de par en par. Uno de los
ladrones que fueron crucificados con Jesús le suplica: Señor, acuérdate de mí
cuando hayas llegado a tu reino. Y Jesús le respondió: en verdad te digo que
hoy estarás conmigo en el paraíso .
180.
El reino en el alma
El reino en el alma
¡Qué grande eres
Señor y Dios nuestro! Tú eres el que pones en nuestra vida el sentido
sobrenatural y la eficacia divina. Tú eres la causa de que, por amor de tu
Hijo, con todas las fuerzas de nuestro ser, con el alma y con el cuerpo podamos
repetir: oportet illum regnare!, mientras resuena la copla de nuestra
debilidad, porque sabes que somos criaturas -¡y qué criaturas!- hechas de
barro, no sólo en los pies . también en el corazón y en la cabeza. A lo divino,
vibraremos exclusivamente por ti.
Cristo debe
reinar, antes que nada, en nuestra alma. Pero qué responderíamos, si El
preguntase: tú, ¿cómo me dejas reinar en ti? Yo le contestaría que, para que El
reine en mí, necesito su gracia abundante: únicamente así hasta el último
latido, hasta la última respiración, hasta la mirada menos intensa, hasta la
palabra más corriente, hasta la sensación más elemental se traducirán en un
hosanna a mi Cristo Rey.
Si pretendemos
que Cristo reine, hemos de ser coherentes: comenzar por entregarle nuestro
corazón. Si no lo hiciésemos, hablar del reinado de Cristo sería vocerío sin
sustancia cristiana, manifestación exterior de una fe que no existiría,
utilización fraudulenta del nombre de Dios para las componendas humanas.
Si la condición
para que Jesús reinase en mi alma, en tu alma, fuese contar previamente en
nosotros con un lugar perfecto, tendríamos razón para desesperarnos. Pero no
temas, hija de Sión: mira a tu Rey, que viene sentado sobre un borrico . ¿Lo
veis? Jesús se contenta con un pobre animal, por trono. No sé a vosotros; pero
a mí no me humilla reconocerme, a los ojos del Señor, como jumento: como un
borriquito soy yo delante de ti; pero estaré siempre a tu lado, porque tú me
has tomado de tu diestra , tú me llevas por el ronzal.
Pensad en las
características de un asno, ahora que van quedando tan pocos. No en el burro
viejo y terco, rencoroso, que se venga con una coz traicionera, sino en el
pollino joven: las orejas estiradas como antenas, austero en la comida, duro en
el trabajo, con el trote decidido y alegre. Hay cientos de animales más
hermosos, más hábiles y más crueles. Pero Cristo se fijó en e, para presentarse
como rey ante el pueblo que lo aclamaba. Porque Jesús no sabe qué hacer con la
astucia calculadora, con la crueldad de corazones fríos, con la hermosura
vistosa pero hueca. Nuestro Señor estima la alegría de un corazón mozo, el paso
sencillo, la voz sin falsete, los ojos limpios, el oído atento a su palabra de
cariño. Así reina en el alma.
181.
Reinar sirviendo
Reinar sirviendo
Si dejamos que
Cristo reine en nuestra alma, no nos convertiremos en dominadores, seremos
servidores de todos los hombres. Servicio. ¡Cómo me gusta esta palabra! Servir
a mi Rey y, por El, a todos los que han sido redimidos con su sangre. ¡Si los
cristianos supiésemos servir! Vamos a confiar al Señor nuestra decisión de
aprender a realizar esta tarea de servicio, porque sólo sirviendo podremos
conocer y amar a Cristo, y darlo a conocer y lograr que otros más lo amen.
¿Cómo lo
mostraremos a las almas? Con el ejemplo: que seamos testimonio suyo, con
nuestra voluntaria servidumbre a Jesucristo, en todas nuestras actividades,
porque es el Señor de todas las realidades de nuestra vida, porque es la única
y la última razón de nuestra existencia. Después, cuando hayamos prestado ese
testimonio del ejemplo, seremos capaces de instruir con la palabra, con la
doctrina. Así obró Cristo: coepit facere et docere , primero enseñó con obras,
luego con su predicación divina.
Servir a los
demás, por Cristo, exige ser muy humanos. Si nuestra vida es deshumana, Dios no
edificará nada en ella, porque ordinariamente no construye sobre el desorden,
sobre el egoísmo, sobre la prepotencia. Hemos de disculpar a todos, hemos de
perdonar a todos. No diremos que lo injusto es justo, que la ofensa a Dios no
es ofensa a Dios, que lo malo es bueno. Pero, ante el mal, no contestaremos con
otro mal, sino con la doctrina clara y con la acción buena: ahogando el mal en
abundancia de bien . Así Cristo reinará en nuestra alma, y en las almas de los
que nos rodean.
Intentan algunos
construir la paz en el mundo, sin poner amor de Dios en sus propios corazones,
sin servir por amor de Dios a las criaturas. ¿Cómo será posible efectuar, de
ese modo, una misión de paz? La paz de Cristo es la del reino de Cristo; y el
reino de nuestro Señor ha de cimentarse en el deseo de santidad, en la
disposición humilde para recibir la gracia, en una esforzada acción de
justicia, en un divino derroche de amor.
182.
Cristo en la cumbre de las actividades humanas
Cristo en la cumbre de las actividades humanas
Esto es
realizable, no es un sueño inútil. ¡Si los hombres nos decidiésemos a albergar
en nuestros corazones el amor de Dios! Cristo, Señor Nuestro, fue crucificado
y, desde la altura de la Cruz, redimió al mundo, restableciendo la paz entre
Dios y los hombres. Jesucristo recuerda a todos: et ego, si exaltatus fuero a
terra, omnia traham ad meipsum , si vosotros me colocáis en la cumbre de todas
las actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi
testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, omnia traham ad
meipsum, todo lo atraré hacia mí. ¡Mi reino entre vosotros será una realidad!
Cristo, Nuestro
Señor, sigue empeñado en esta siembra de salvación de los hombres y de la
creación entera, de este mundo nuestro, que es bueno, porque salió bueno de las
manos de Dios. Fue la ofensa de Adán, el pecado de la soberbia humana, el que
rompió la armonía divina de lo creado.
Pero Dios Padre,
cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo Unigénito, que -por
obra del Espíritu Santo- tomó carne en María siempre Virgen, para restablecer
la paz, para que, redimiendo al hombre del pecado, adoptionem filiorum
reciperemus , fuéramos constituidos hijos de Dios, capaces de participar en la
intimidad divina: para que así fuera concedido a este hombre nuevo, a esta
nueva rama de los hijos de Dios , liberar el universo entero del desorden,
restaurando todas las cosas en Cristo , que los ha reconciliado con Dios .
A esto hemos sido
llamados los cristianos, ésa es nuestra tarea apostólica y el afán que nos debe
comer el alma: lograr que sea realidad el reino de Cristo, que no haya más
odios ni más crueldades, que extendamos en la tierra el bálsamo fuerte y
pacífico del amor. Pidamos hoy a nuestro Rey que nos haga colaborar humilde y
fervorosamente en el divino propósito de unir lo que el hombre ha desordenado,
de llevar a su fin lo que se descamina, de reconstruir la concordia de todo lo
creado.
Abrazar la fe
cristiana es comprometerse a continuar entre las criaturas la misión de Jesús.
Hemos de ser, cada uno de nosotros, alter Christus, ipse Christus, otro Cristo,
el mismo Cristo. Sólo así podremos emprender esa empresa grande, inmensa,
interminable: santificar desde dentro todas las estructuras temporales,
llevando allí el fermento de la Redención.
Nunca hable de
política. No pienso en el cometido de los cristianos en la tierra como en el
brotar de una corriente político-religiosa -sería una locura-, ni siquiera
aunque tenga el buen propósito de infundir el espíritu de Cristo en todas las
actividades de los hombres. Lo que hay que meter en Dios es el corazón de cada
uno, sea quien sea. Procuremos hablar para cada cristiano, para que allí donde
está -en circunstancias que no dependen sólo de su posición en la Iglesia o en
la vida civil, sino del resultado de las cambiantes situaciones históricas-, sepa
dar testimonio, con el ejemplo y con la palabra, de la fe que profesa.
El cristiano vive
en el mundo con pleno derecho, por ser hombre. Si acepta que en su corazón
habite Cristo, que reine Cristo, en todo su quehacer humano se encontrará -bien
fuerte- la eficacia salvadora del Señor. No importa que esa ocupación sea, como
suele decirse, alta o baja; porque una cumbre humana puede ser, a los ojos de
Dios, una bajeza; y lo que llamamos bajo o modesto puede ser una cima
cristiana, de santidad y de servicio.
183.
La libertad personal
La libertad personal
El cristiano,
cuando trabaja, como es su obligación, no debe soslayar ni burlar las
exigencias propias de lo natural. Si con la expresión bendecir las actividades
humanas se entendiese anular o escamotear su dinámica propia, me negaría a usar
esas palabras. Personalmente no me ha convencido nunca que las actividades
corrientes de los hombres ostenten, como un letrero postizo, un calificativo
confesional. Porque me parece, aunque respeto la opinión contraria, que se
corre el peligro de usar en vano el nombre santo de nuestra fe, y además
porque, en ocasiones, la etiqueta católica se ha utilizado hasta para
justificar actitudes y operaciones que no son a veces honradamente humanas.
Si el mundo y
todo lo que él hay -menos el pecado- es bueno, porque es obra de Dios Nuestro
Señor, el cristiano, luchando continuamente por evitar las ofensas a Dios -una
lucha positiva de amor-, ha de dedicarse a todo lo terreno, codo a codo con los
demás ciudadanos; debe defender todos los bienes derivados de la dignidad de la
persona.
Y existe un bien
que deberá siempre buscar especialmente: el de la libertad personal. Sólo si
defiende la libertad individual de los demás con la correspondiente personal
responsabilidad, podrá, con honradez humana y cristiana, defender de la misma
manera la suya. Repito y repetiré sin cesar que el Señor nos ha dado
gratuitamente un gran regalo sobrenatural, la gracia divina; y otra maravillosa
dádiva humana, la libertad personal, que exige de nosotros -para que no se corrompa,
convirtiéndose en libertinaje- integridad, empeño eficaz en desenvolver nuestra
conducta dentro de la ley divina, porque donde está el Espíritu de Dios, allí
hay libertad .
El Reino de
Cristo es de libertad: aquí no existen más siervos que los que libremente se
encadenan, por Amor a Dios. ¡Bendita esclavitud de amor, que nos hace libres!
Sin libertad, no podemos corresponder a la gracia; sin libertad, no podemos
entregarnos libremente al Señor, con la razón más sobrenatural: porque nos da
la gana.
Algunos de los
que me escucháis me conocéis desde muchos años atrás. Podéis atestiguar que
llevo toda mi vida predicando la libertad personal, con personal
responsabilidad. La he buscado y la busco, por toda la tierra, como Diógenes
buscaba un hombre. Y cada día la amo más, la amo sobre todas las cosas
terrenas: es un tesoro que no apreciaremos nunca bastante.
Cuando hablo de libertad personal, no me refiero con esta excusa a otros problemas quizá muy legítimos, que no corresponden a mi oficio de sacerdote. Sé que no me corresponde tratar de temas seculares y transitorios, que pertenecen a la esfera temporal y civil, materias que el Señor ha dejado a la libre y serena controversia de los hombres. Sé también que los labios del sacerdote, evitando del todo banderías humanas, han de abrirse sólo para conducir las almas a Dios, a su doctrina espiritual salvadora, a los sacramentos que Jesucristo instituyó, a la vida interior que nos acerca al Señor sabiéndonos sus hijos y, por tanto, hermanos de todos los hombres sin excepción.
Cuando hablo de libertad personal, no me refiero con esta excusa a otros problemas quizá muy legítimos, que no corresponden a mi oficio de sacerdote. Sé que no me corresponde tratar de temas seculares y transitorios, que pertenecen a la esfera temporal y civil, materias que el Señor ha dejado a la libre y serena controversia de los hombres. Sé también que los labios del sacerdote, evitando del todo banderías humanas, han de abrirse sólo para conducir las almas a Dios, a su doctrina espiritual salvadora, a los sacramentos que Jesucristo instituyó, a la vida interior que nos acerca al Señor sabiéndonos sus hijos y, por tanto, hermanos de todos los hombres sin excepción.
Celebramos hoy la
fiesta de Cristo Rey. Y no me salgo de mi oficio de sacerdote cuando digo que,
si alguno entendiese el reino de Cristo como un programa político, no habría
profundizado en la finalidad sobrenatural de la fe y estaría a un paso de
gravar las conciencias con pesos que no son los de Jesús, porque su yugo es
suave y su carga ligera . Amemos de verdad a todos los hombres; amemos a
Cristo, por encima de todo; y, entonces, no tendremos más remedio que amar la
legítima libertad de los otros, en una pacífica y razonable convivencia.
184.
Serenos, hijos de Dios
Serenos, hijos de Dios
Me sugeriréis,
quizá: pero pocos quieren oír esto y, menos aún, ponerlo en práctica. Me
consta: la libertad es una planta fuerte y sana, que se aclimata mal entre
piedras, entre espinas o en los caminos pisoteados por las gentes . Ya nos
había sido anunciado, aun antes de que Cristo viniese a la tierra.
Recordad el salmo
segundo: ¿por qué se han amotinado las naciones, y los pueblos traman cosas
vanas? Se han levantado los reyes de la tierra, y se han reunido los príncipes
contra el Señor y contra su Cristo . ¿Lo veis? Nada nuevo. Se oponían a Cristo
antes de que naciese; se le opusieron, mientras sus pies pacíficos recorrían
los senderos de Palestina; lo persiguieron después y ahora, atacando a los
miembros de su Cuero místico y real. ¿Por qué tanto odio, por qué este cebarse
en la cándida simplicidad, por qué este universal aplastamiento de la libertad
de cada conciencia?
Rompamos sus
ataduras y sacudamos lejos de nosotros su yugo . Rompen el yugo suave, arrojan
de sí su carga, maravillosa carga de santidad y de justicia, de gracia, de amor
y de paz. Rabian ante el amor, se ríen de la bondad inerme de un Dios que
renuncia al uso de sus legiones de ángeles para defenderse . Si el Señor
admitiera la componenda, si sacrificase a unos pocos inocente para satisfacer a
una mayoría de culpables, aun podrían intentar un entendimiento con El. Pero no
es ésta la lógica, de Dios. Nuestro Padre es verdaderamente padre, y está
dispuesto a perdonar a miles de obradores del mal, con tal que haya sólo diez
justos . Los que se mueven por el odio no pueden entender esta misericordia, y
se refuerzan en su aparente impunidad terrena, alimentándose de la injusticia.
El que habita en
los cielos se reirá de ellos, se burlarás de ellos el Señor. Entonces les
hablará en su indignación y les llenará de terror con su ira . ¡Qué legítima es
la ira de Dios y qué justo su furor, qué grande también su clemencia!
Yo he sido por El
constituido Rey sobre Sión, su monte santo, para predicar su Ley. A mí me ha
dicho el Señor: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy . La misericordia de
Dios Padre nos ha dado como Rey a su Hijo. Cuando amenaza, se enternece;
anuncia su ira y nos entrega su amor. Tú eres mi hijo: se dirige a Cristo y se
dirige a ti y a mí, si nos decidimos a ser alter Christus, ipse Christus.
Las palabras no
pueden seguir al corazón, que se emociona ante la bondad de Dios. Nos dice: tú
eres mi hijo. No un extraño, no un siervo benévolamente tratado, no un amigo,
que ya sería mucho. ¡Hijo! Nos concede vía libre para que vivamos con El la
piedad del hijo y, me atrevería a afirmar, también la desvergüenza del hijo de
un Padre, que es incapaz de negarle nada.
185.
¿Que hay muchos
empeñados en comportarse con injusticia? Sí, pero el Señor insiste: pídeme, te
daré las naciones en herencia, y extenderé tus dominios hasta los confines de
la tierra. Los regirás con vara de hierro y como a vaso de alfarero los
romperás . Son promesas fuertes, y son de Dios: no podemos disimularlas. No en
vano Cristo es Redentor del mundo, y reina, soberano, a la diestra del Padre.
Es el terrible anuncio de lo que aguarda a cada uno, cuando la vida pase,
porque pasa; y a todos, cuando la historia acabe, si el corazón se endurece en
el mal y en la desesperanza.
Sin embargo Dios,
que puede vencer siempre, prefiere convencer: ahora, reyes, gobernantes,
entendedlo bien; dejaos instruir, los que juzgáis en la tierra. Servid al Señor
con temor y ensalzadle con temblor. Abrazad la buena doctrina, no sea que al
fin el Señor se enoje y perezcáis fuera del buen camino, pues se inflama de
pronto su ira . Cristo es el Señor, el Rey. Nosotros os anunciamos el
cumplimiento de la promesa hecha a nuestros padres: la que Dios ha cumplido
delante de nuestros hijos al resucitar a Jesús, según está escrito en el salmo
segundo: Tú eres Hijo mío, yo te he engendrado hoy...
Ahora pues,
hermanos míos, tened entendido que por medio de Jesús se os ofrece la remisión
de los pecados y de todas las manchas de que no habéis podido ser justificados
en virtud de la ley mosaica: todo el que cree en El es justificado. Mirad que
no recaiga sobre vosotros lo que se halla dicho en los profetas: reparad, los
que despreciáis, llenaos de pavor y quedad desolados; porque voy a realizar en
vuestros días una obra, en la que no acabaréis de creer por más que os la
cuenten .
Es la obra de la
salvación, el reinado de Cristo en las almas, la manifestación de la
misericordia de Dios. ¡Venturosos los que a El se acogen! . Tenemos derecho,
los cristianos, a ensalzar la realeza de Cristo: porque, aunque abunde la
injusticia, aunque muchos no deseen este reinado de amor, en la misma historia
humana que es el escenario del mal, se va tejiendo la obra de la salvación
eterna.
186.
Ángeles de Dios
Ángeles de Dios
Ego cogito
cogitationes pacis et non afflictionis, yo pienso pensamientos de paz y no de
tristeza, dice el Señor. Seamos hombres de paz, hombres de justicia, hacedores
del bien, y el Señor no será para nosotros Juez, sino amigo, hermano, Amor.
Que en este
caminar -¡alegre!- por la tierra, nos acompañen los ángeles de Dios. Antes del
nacimiento de nuestro Redentor, escribe San Gregorio Magno, nosotros habíamos
perdido la amistad de los ángeles. La culpa original y nuestros pecados
cotidianos nos habían alejado de su luminosa pureza,... Pero desde el momento
en que nosotros hemos reconocido a nuestro Rey, los ángeles nos han reconocido
como conciudadanos.
Y como el Rey de
los cielos ha querido tomar nuestra carne terrena, los ángeles ya nos se alejan
de nuestra miseria. No se atreven a considerar inferior a la suya esta
naturaleza que adoran, viéndola ensalzada, por encima de ellos, en la persona
del rey del cielo; y no tienen ya inconveniente en considerar al hombre como un
compañero.
María, la Madre santa
de nuestro Rey, la Reina de nuestro corazón, cuida de nosotros como sólo Ella
sabe hacerlo. Madre compasiva, trono de la gracia: te pedimos que sepamos
componer en nuestra vida y en la vida de los que nos rodean, verso a verso, el
poema sencillo de la caridad, quasi
flumen pacis , como un río de paz. Porque Tú eres mar de inagotable
misericordia: los ríos van todos al mar y la mar no se llena .
No hay comentarios.:
Publicar un comentario