Este cuadro es de José Gurvich, gran pintor uruguayo que nació en Lituania en 1927. De religión judía, llegó a Montevideo en 1933. Desde 1970 residió en Nueva York, donde murió en la plenitud de su carrera en 1974.
Esta obra, de 1966, forma parte de una serie de pinturas dedicadas a festividades judías. Representa a Janucá, fiesta de las Luces, que coincide con la época de Navidad.
En los primeros años '90, tuve la suerte de verla en el Museo de Artes Visuales de Montevideo, en exhibición temporaria, y me resultó inolvidable.
En el encuentro en vivo, el desconcierto reflexivo del personaje de la izquierda al frente, por el contraste con la determinación de casi todos los otros personajes, atrapa la atención, como si tuviera un imán, y se revela como la clave del conjunto. Es casi el único rostro que mira al espectador, y el conflicto que refleja sentí que representaba la situación de la sociedad humana toda.
La resolución de quienes van andando, presurosos, con sus luces, en cierta dirección, transmite la noción de una meta definida, encontrada con esperanza casi escatológica, en un mundo sin tiempo, en el que dan la impresión de haber sido arrancados de su trabajo y de sus casas.
Las grandes figuras voladoras, macizas como las de Botero, y milagrosamente levitantes como ángeles de Chagall, avanzan en la dirección de los que marchan, como hacia una misma meta.
No llevan antorcha encendida, pero su fuerza es espiritual. Los detalles del universo humano que reflejan sus vestimentas, en las que se repite el rostro pensativo, parecen relacionadas con su misterioso impulso.
La contundencia de estas figuras no cambia el drama central de la escena, que se dirime entre duda y decisión en relación a un fin que no se ve. Sin embargo, mirando atentamente, encontramos por encima del personaje de la izquierda una mano (la mano de Dios), que en el tráfago general casi se confunde con las antorchas, y es la que realmente señala el camino.
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