Últimos párrafos de "El que vendrá", pequeño ensayo publicado por José Enrique Rodó en 1897:
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Sólo la esperanza mesiánica, la fe en el que ha de venir, porque tiene por cáliz el alma de todos los tiempos en que recrudecen el dolor y la duda, hace vibrar misteriosamente nuestro espíritu. -Y tal así como en las vísperas desesperadas del hallazgo llegaron hasta los tripulantes sin ánimo y sin fe, cerniéndose sobre la soledad infinita del Océano, aromas y rumores, el ambiente espiritual que respiramos está lleno de presagios, y los vislumbres con que se nos anuncia el porvenir están llenos de promesas...
¡Revelador! ¡Profeta a quien temen los empecinados de las fórmulas caducas y las almas nostálgicas esperan!, ¿cuándo llegará a nosotros el eco de tu voz dominando el murmullo de los que se esfuerzan por engañar la soledad de sus ansias con el monólogo de su corazón dolorido?...
¿Sobre qué cuna se reposa tu frente, que irradiará mañana el destello vivificador y luminoso; o sobre qué pensativa cerviz de adolescente bate las alas el pensamiento que ha de levantar el vuelo hasta ocupar la soledad de la cumbre; o bien, ¿cuál es la idea entre las que iluminan nuestro horizonte como estrellas temblorosas y pálidas, la que ha de transfigurarse en el credo que caliente y alumbre como el astro del día, de cuál cerebro entre los de los hacedores de obras buenas ha de surgir la obra genial.
De todas las rutas hemos visto volver los peregrinos, asegurándonos que sólo han hallado ante su paso el desierto y la sombra. ¿Cuál será, pues, el rumbo de tu nave? ¿Adónde está la ruta nueva? ¿De qué nos hablarás, revelador, para que nosotros encontremos en tu palabra la vibración que enciende la fe, y la virtud que triunfa de la indiferencia, y el calor que funde el hastío?
Cuando la impresión de las ideas o de las cosas actuales inclina mi alma a la abominación o la tristeza, tú te presentas a mis ojos como un airado y sublime vengador. -En tu diestra resplandecerá la espada del arcángel. El fuego purificador descenderá de tu mente. Tendrás el símbolo de tu alma en la nube que a un tiempo llora y fulmina. El yambo que flagela y la elegía constelada de lágrimas, hallarán en tu pensamiento el lecho sombrío de su unión.
Te imagino otras veces como un apóstol dulce y afectuoso. En tu acento evangélico resonará la nota de amor, la nota de esperanza. Sobre tu frente brillarán las tintas del iris. -Asistiremos, guiados por la estrella de Belén de tu palabra, a la aurora nueva, al renacer del Ideal- del perdido Ideal que en vano buscamos, viajeros sin rumbo, en las profundidades de la noche glacial por donde vamos, y que reaparecerá por ti, para llamar a las almas, hoy ateridas y dispersas, a la vida del amor, de la paz, de la concordia.
Y se aquietarán bajo tus pies, las olas de nuestras tempestades, como si un óleo divino se extendiese sobre tus espumas. Y tu palabra resonará en nuestro espíritu como el tañir de la campana de Pascua al oído del doctor inclinado sobre la copa de veneno.
Yo no tengo de ti sino una imagen vaga y misteriosa, como aquellas con que el alma, empeñada en rasgar el velo estrellado del misterio, puede representarse, en sus éxtasis, el esplendor de lo Divino. Pero sé que vendrás y de tal modo como el sublime maldecidor de las «Blasfemias» anatematiza e injuria al nunciador de la futura fe, antes de que él haya aparecido sobre la tierra, yo te amo y te bendigo, profeta que anhelamos, sin que el bálsamo reparador de tu palabra haya descendido sobre nuestro corazón.
El vacío de nuestras almas sólo puede ser llenado por un grande amor, por un grande entusiasmo; y este entusiasmo y ese amor sólo pueden serles inspirados por la virtud de una palabra nueva. -Las sombras de la Duda siguen pesando en nuestro espíritu. Pero la Duda no es, en nosotros, ni un abandono ni una voluptuosidad del pensamiento, como la del escéptico que encuentra en ella curiosa delectación y blanda almohada; ni una actitud austera, fría, segura, como en los experimentadores; ni siquiera un impulso de desesperación y de soberbia, como en los grandes rebeldes del romanticismo. La duda es en nosotros un ansioso esperar, una nostalgia mezclada de remordimientos, de anhelos, de temores; una vaga inquietud en la que entra por mucha parte el ansia de creer, que es casi una creencia...
Esperamos; no sabemos a quién. Nos llaman; no sabemos de qué mansión remota y oscura. También nosotros hemos levantado en nuestro corazón un templo al dios desconocido.
En medio de su soledad, nuestras almas se sienten dóciles, se sienten dispuestas a ser guiadas; y cuando dejamos pasar sin séquito al maestro que nos ha dirigido su exhortación sin que ella moviese una onda obediente en nuestro espíritu, es para luego preguntarnos en vano, con Bourget: «¿Quién ha de pronunciar la palabra de porvenir y de fecundo trabajo que necesitamos para dar comienzo a nuestra obra? ¿Quién nos devolverá la divina virtud de la alegría en el esfuerzo y de la esperanza en la lucha?»
Pero sólo contesta el eco triste de nuestra voz... Nuestra actitud es como la del viajero abandonado que pone a cada instante el oído en el suelo del desierto por si el rumor de los que han de venir le trae un rayo de esperanza. Nuestro corazón y nuestro pensamiento están llenos de ansiosa incertidumbre...
¡Revelador! ¡Revelador! ¡La hora ha llegado!... El sol que muere ilumina en todas las frentes la misma estéril palidez, descubre en el fondo de todas las pupilas la misma extraña inquietud; el viento de la tarde recoge de todos los labios el balbucir de un mismo anhelo infinito, y ésta es la hora en que «la caravana de la decadencia» se detiene, angustiosa y fatigada, en la confusa profundidad del horizonte...(Resalté párrafos y frases que me parece sintetizan la vibrante esperanza de todo el ensayo, la actitud y la expectativa del joven Rodó).
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